VIII
En la orilla del lago estaban entrenando algunos voluntarios de los más radicales entre los rebeldes. Muchos de ellos veían la oportunidad de poder tomar un puesto de mando ya que no eran elegidos nunca democráticamente para formar parte del Consejo Rebelde.
Este era otro motivo por el cual el Comandante se encontraba preocupado. Durante los últimos días habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo para la tranquilidad a la que estaba acostumbrada el campamento rebelde. Esa es una de las explicaciones que Markus trataba de darse para entender porque el Consejo Rebelde había tomado las decisiones más antidemocráticas de la historia del campamento.
Por otro lado, Bekka parecía otra chica. Por muchas vueltas que le daba al asunto de la joven no terminaba de entender que le ocurría. Por muchas explicaciones que quisiera darse a él mismo, no paraba de preguntarse que habría hecho mal él para que la joven consejera se estuviera erigiendo como la líder del extremismo rebelde.
Markus estaba observando a los voluntarios apoyado en el tronco de un árbol. Desde el campamento se acercó la consejera más veterana para hablar con él.
– Markus, querido. – dijo desde las espaldas del Comandante.
Markus se giró para ver quién era.
– ¿Cómo te encuentras?
– Dolido.
– Esto es culpa mía.
– ¿Qué estas diciendo? Tú votaste en contra de la guerra.
– Todo esto no habría pasado si no hubiera permitido el marcaje de los humanoides.
– No digas bobadas. – dijo Markus. – Esto no tiene nada que ver. Sabíamos que existían y democráticamente los teníamos callados, pero ellos estaban entre nosotros. Todo esto del asesinato les ha abierto la puerta para arrasar con todo.
– Están jugando con el miedo de la gente.
– Lo sé.
– Yo permití lo de los humanoides.
– ¿Qué quieres decir?
– Markus dime con total sinceridad si crees que ha sido un ataque de Delta.
El Comandante dio un silencio como respuesta.
– Entonces también sospechas. – se autocontestó la consejera.
– No tenemos pruebas. – dijo Markus.
– Pero sabemos que lo de Sol ha sido un ataque interno. Están preparando algo grande y no los vemos venir.
– Quizás si van a Delta se nos quitemos un problema de encima.
– Pero tendremos otro peor. ¿No recuerdas lo testaruda que es Teresa? – dijo la consejera.
– Tengo pensado enviarle un mensaje a través de Nil desautorizando el ataque y que hagan lo que quieran con ellos.
– Tenemos que andarnos con ojo, estos locos van a destruir nuestra libertad.
– Me alegra escucharte otra vez hablando de libertad.
– Siento lo del otro día, una vieja a veces debe adaptarse a los nuevos tiempos.
Los dos sonrieron y siguieron charlando mientras observaban al grupo entrenar en la orilla del lago.